Los carcomidos estados crujen en sus arboladuras.
Toda la etapa humana está en pie, es el momento en que se desmoronan las viejas imposturas.
Un aire épico llena los huracanes:
A rebato, a rebato en el viento suena.
#LaComunadeParis
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Si un poder cualquiera pudiera hacer algo, ese hubiese sido la Comuna, compuesta por hombres inteligentes, con valor, de una increíble honradez, y todos, desde la víspera o desde largo tiempo atrás, dieron indiscutibles pruebas de abnegación y energía. El poder, incontestablemente les aniquiló, no dejándoles más que la voluntad implacable del sacrificio.
Supieron morir heroicamente.
Es que el poder está maldito y por eso soy anarquista.
Estaban allí de pie listos para el sacrificio (Bardos galos)
La proclamación de la Comuna fue espléndida; no era la fiesta del poder, sino la bomba del sacrificio: se notaba a los elegidos listos para la muerte.
La tarde del 28 de marzo, con un sol claro que recordaba el amanecer del 18 de marzo, el 7 de germinal del año 79 de la República, el pueblo de París, que el 26 había elegido su Comuna, inauguró su entrada en el Ayuntamiento.
En una poesía de Ogareff amigo de Bakunin (El estudiante), los jóvenes de ardiente y generoso corazón veían a uno de ellos viviendo de ciencia y humanidad a través de las luchas de la miseria.
Forzado por la venganza del zar y de los boyardos a la vida nómada, andaba desde el ocaso ala aurora gritando a los campesinos: ¡Agrupaos! ¡Alzaos!
Detenido por la policía imperial, murió en las heladas llanuras de Siberia, repitiendo hasta la saciedad que todo hombre debe dar su vida por la tierra y la libertad.
En el momento de los procesos de la Comuna, se llevaba a cabo en Rusia el proceso de los internacionales con las mismas crueldades inspiradas por el terror que tienen todos los déspotas a la verdad.
Se oyeron aclamaciones. Acababan de nombrar a Rochebrune general de la Guardia Nacional; pero él exclamó:
—¡La Comuna primero!
Entonces, un recién llegado se lanza a la tribuna, cuenta que el batallón 106 había liberado al gobierno, que el cartel es mentira, que la Defensa Nacional ha mentido, que más que nunca el plan de Trochu era el que regulaba la marcha y el orden de las derrotas y que París más que nunca, debía velar por sí misma más para no ser entregada. Gritamos: ¡Viva la Comuna!
Un hombre gordo que esperaba no se sabía qué en la plaza se mezcló con los guardias nacionales y trató de exponer su opinión: —Siempre hacen falta jefes, dice, siempre se necesita un gobierno que os dirija.
Debe ser un orador de la reacción, no tenemos otra cosa mejor que hacer que escucharle.
Sí. El cartel era mentira, el gobierno había mentido.
París no nombraba su Comuna.
Todos los que la víspera habían sido aclamados eran objeto de acusación.
Las noticias de las derrotas, el increíble misterio con que el gobierno había querido ocultarlas, la decisión de no rendirse nunca y la certidumbre de que la rendición se preparaba en secreto, causaron el efecto de una gélida corriente precipitándose en un volcán en combustión. Se respiraba fuego, humo ardiente.
París, que no quería ni rendirse ni ser entregado y que estaba harto de los embustes oficiales se alzó.
Entonces, del mismo modo que se gritaba el 4 de septiembre: ¡Viva la República!, se gritó el 31 de octubre: ¡Viva la Comuna!
Como los gobernantes que necesitan desviar a la opinión pública de ellos, el Imperio establecía a su alrededor un continuo rumor: complots, que él mismo trazaba; bombas puestas por auxiliares de la policía; escándalos; crímenes, oportunamente descubiertos, que desde hacía tiempo se conocían y se mantenían en reserva; todo esto abunda en ciertos finales de reinado.
No era difícil implicar a los más arrojados revolucionarios en algunas de estas maquinaciones. El policía que ofreciese proyectiles hubiese encontrado cien manos, no una, tendidas para recibirlos; pero las cosas propuestas así, por los soplones, nunca suceden oportunamente: los hilos mueven al títere, y llega un tiempo en que no hubiese estado de más un verdadero complot a cielo abierto, grande como Francia, como el mundo.
Este proceso fue uno de los más apasionantes. Chalin, al presentar la defensa colectiva, afirmó que condenar la Internacional era chocar con el proletariado del mundo entero.
Cientos de miles de nuevos afiliados respondieron al llamamiento, en unas cuantas semanas; en el momento en que todos los delegados estaban presos o proscritos.
Hay en este momento —dijo— una especie de santa alianza de los gobiernos y los reaccionarios contra la Internacional.
Que los monárquicos y los conservadores se enteren bien: la Internacional es la expresión de una reivindicación social muy justa y muy conforme con las aspiraciones contemporáneas, como para caer antes de haber alcanzado su objetivo.
Los proletarios están cansados de la resignación, están cansados de ver sus tentativas de emancipación siempre reprimidas, siempre seguidas de represiones; están cansados de ser las víctimas del parasitismo, de verse condenados al trabajo sin esperanza, a una dependencia sin límites, de ver toda su vida devorada por la fatiga y las privaciones, cansados de recoger unas migajas de un banquete que se realiza totalmente a su costa.
Lo que quiere el pueblo es en primer lugar gobernarse por sí mismo sin intermediario y sobre todo sin salvador, es la completa libertad.
Cualquiera que sea vuestro veredicto, continuaremos como hasta ahora conformando abiertamente nuestros actos a nuestras convicciones.
Después de los insultos del fiscal imperial, Combault añadió:
Es un duelo a muerte entre nosotros y la ley: la ley sucumbirá, porque es mala. Si en el 68 cuando éramos un pequeño número, no lograsteis matarnos, ¿creéis poder hacerlo, ahora que somos miles? Podéis golpear a los hombres, pero no acabaréis con la idea, porque la idea sobrevive a cualquier clase de persecución.
Malon ha trazado un cuadro de los últimos tiempos del Imperio de un gran realismo.
Entonces —dice—, la camisa de fuerza que sofocaba a la humanidad crujía por todas partes; un desconocido estremecimiento conmueve a ambos mundos. El pueblo indio se levanta contra los capitalistas ingleses. América del Norte combate y triunfa por la liberación de los negros. Irlanda y Hungría se agitan.
Polonia está en pie. La opinión liberal en Rusia, impone un comienzo de liberación de los campesinos eslavos. Mientras que la joven Rusia, entusiasmada con los acentos de Chernichevski, de Herzen, de Bakunin, propaga la revolución social, Alemania, a la que han agitado Karl Marx, Lasalle, Boeker, Bebel y Liebknecht, entra en el movimiento socialista. Los obreros ingleses, que conservan el recuerdo de Ernest Jones y de Owen, están en pleno movimiento de asociación.
En Bélgica, en Suiza, en Italia, en España, los obreros se dan cuenta de que sus políticos les engañan y buscan los medios para mejorar su suerte.
Los obreros franceses salen del marasmo en el que les habían sumido en junio y diciembre. El movimiento se acentúa por todas partes y los proletarios se unen para ayudar a la reivindicación de sus aspiraciones, vagas aún, pero muy vivas.
Los financieros a quienes Napoléon III había entregado México esperaban con otra guerra de conquista nuevas presas que devorar. La guerra asestó el golpe de gracia al Imperio. Hubo entrenamiento de hombres, como se hace con las jaurías en la época de caza; pero ni los toques de anacoras, ni las promesas de botín despertaban a las masas; el Imperio, entonces, entonó La Marsellesa. Esto las hizo erguirse, inconscientes, y cantaban creyendo que con la Marsellesa alcanzarían la libertad.